martes, agosto 08, 2006

Retrato de un almuerzo

Ayer comí a las cuatro de la tarde en un restaurante de comida rápida. El restaurante, situado en el corazón financiero de Madrid no estaba tan abarrotado como acostumbra en esas horas un día de entre semana. Es una de las pequeñas ventajas de disfrutar de Madrid a mediados de agosto.

Después de pedir y pagar mi comida me senté en la mesa. La sala del restaurante es rectangular. Yo me senté de espaldas a la calle, de espaldas a la vidriera. Desde donde estaba sentado podía ver todas las mesas de la sala y a los comensales de cada una. Como estaba comiendo sólo me fijé en ellos.

Delante de mí, había una pareja comiendo. Él me daba la espalda y a ella no podía verla bien porque el hombre era corpulento y me tapaba la vista. En la mesa del fondo, pegada a la pared había una familia comiendo. Eran todos mayores, yo creo que se trataba de un matrimonio heterosexual que estaban de visita con los padres de ambos. No hacían más que comer, se levantaron un par de veces a ordenar más comida, y cuchicheaban algo entre ellos que parecía que les tenía incómodos.

A mi izquierda había otra fila de mesas. En la mesa más alejada de la fila estaban comiendo una madre y sus dos hijos. El mayor era un varón, que debía tener cerca de los diez años y hablaba constantemente con la madre. Debía de hablar de algo gracioso porque la madre se reía a cada rato. La hija pequeña, que apenas debía superar los cinco jugaba con el regalo que traía el menú infantil. Era la típica estampa de una familia en verano. Yo me acuerdo que de niño también hacíamos eso, mi madre nos llevaba a hacer la compra y después íbamos a comer mi madre, mis dos hermanos y yo.

Un par de mesas más cercanas a mí estaba una mujer comiendo sola. Comía una ensalada y estaba absorta en sus pensamientos. En la mesa más cercana a donde yo estaba había cuatro personas comiendo. Eran dos amigas jóvenes, apenas pasarían la treintena y estaban comiendo con los hijos de una de ellas dos. La niña era la mayor y debía de tener unos ocho años y estuvo todo el rato jugando con las dos, se lo estaban pasando pipa los tres. El hijo pequeño, de unos dos años, estirado en el carricoche estaba dormido, profundamente dormido con una cara placentera que daba envidia verle dormir así. Dormido ajeno a todo. Feliz.

En la fila de mesas de mi derecha sólo había dos mesas ocupadas. En una de ellas estaba un joven sólo, trajeado, me figuré que acababa de salir del trabajo. En la mesa más alejada de la fila estaban dos chicos comiendo. El uno sentado al lado del otro. Estaban haciéndose mimos. No estaban haciendo nada escandaloso, nada que pudiese resultar chocante. Sólo estaban haciéndose caricias, cosquillas, tonteando como cualquier pareja de adolescentes.

Estaban sentados en la mesa de al lado de la familia que parecía incomoda. Ahora entendí qué les chocaba, qué estaban venga a cuchichear.

Los dos jóvenes terminaron de comer, recogieron las bandejas y se fueron del restaurante. Cuando salieron, de la mesa “alarmada” se giró la chica joven y los miró con una cara que no supe discernir si era de odio, de indignación o de rabia. Quizás la cara estaba aderezada con un poquito de todo.

Seguí su mirada para ver si los dos chicos se habían dado cuenta de esos dos ojos amenazantes que se clavaban en su espalda. Ya habían salido, no se percataron de todo eso o si se dieron cuenta prefirieron pasarlo por alto.

Mi mirada se volvió a encontrar con el niño de la siesta. Seguía totalmente estirado en el carrito durmiendo. Dormía a rienda suelta, una pierna le colgaba fuera del carrito. Un chupete blanco en la boca. La cara era de una tranquilidad máxima, de felicidad, estaba gozando la siesta, era feliz, sin duda alguna. Dormía ajeno a tanta rabia, a tanto odio. Ajeno. Feliz.

Ajeno al odio de aquella señora, ajeno a las bombas que siguen matando inocentes, ajeno a los incendios provocados de Galicia, ajeno y feliz al mismo tiempo.

¿En qué momento perdemos esa inocencia?¿Cuándo nos envilecemos?¿Qué hace que aprendamos a odiar a aquellos que son diferentes?¿Qué hace que olvidemos amarnos unos a otros?¿Cuándo olvidamos que todos somos personas, que somos iguales?

Me pareció evidente que dentro de ese niño no podía haber ni un gramo de tanta injusticia, de tanto odio, de tanta maldad.

¿Cuándo aprendemos a ser así?¿Qué es lo que no funciona para que aprendamos a hacer tantas cosas malas?¿Cuándo ocurre?¿Podremos algún día cambiar eso?¿Estaremos siempre obligados a nacer en amor y crecer en odio?

Yo, por un instante, desee ser ese niño dormilón, ajeno y feliz.

Comments:
Excelente artículo de tus observaciones en el restaurante. Y estoy de acuerdo con la conclusión. Qué bello es ver dormir a un niño así.
Saludos.
 
La descripción ha sido tan buena y detallada, que seguro lo que se ha dibujado en mi mente mientras iba leyendo, es una copia exacta de tu visión.
No recuerdo si era Aristóteles el que decía que el hombre es bueno por naturaleza y que es la sociedad quien lo corrompe.. ¿Pero quien es la sociedad? ¿y cómo se corrompió?
La verdad es que ver a un crío dormir es lo más placentero del mundo, y también lo más envidiable, sobre todo para los que como yo sufrimos de insomnio.
Saludos!
 
Pues siento si despierto a alguien de su particular siesta existencial pero, a pesar de que sí existen buenas personas y que todos, al menos tenemos buenos sentimientos y pensamientos durante una vez al día, cuando poco... El mundo feliz no existe, tampoco podremos cambiar el mundo este tan podrido. Yo me limito a intentar poner de mi parte para hacer "mi" mundo un poco mejor. Y no siempre sale, pero por lo menos se intenta.

L.B.
 
¡Qué bien detallado y descrito! Me parecía estar en ese sitio mientras lo estaba leyendo.Un verdadero "retrato". También a mi me gustaría volver a ser ese niño, pero no para dormir y así alienarme de lo que me rodea, sino para, aún despierta, poder seguir amando y solidarizándome con todas las manifestaciones humanas por igual.
 
uf!! si supieras cuántas veces he deseado ser yo ese niño felíz...
que triste es crecer y perder esa magia hermosa de la infancia...cuánto desearía yo misma volver a tenerla...
me encantó tu relato
 
uf!! si supieras cuántas veces he deseado ser yo ese niño felíz...
que triste es crecer y perder esa magia hermosa de la infancia...cuánto desearía yo misma volver a tenerla...
me encantó tu relato
 
uf!!! si supieras cuántas veces he deseado ser ese niño ...
que triste crecer y conocer...
excelente relato!!
 
Un relato fantástico. Pero... ¿realmente quereis ser ese niño? Él no sabe nada y mantiene su inocencia en su ignorancia. Quiero decir, no es mejor decirle algo bien dicho a la que clava la mirada. Tenemos la capacidad de cambiar cositas, a lo mejor el mundo no, pero si algunas cositas. Y es mejor vivir con la conciencia de saber lo que pasa, que vivir en la ignorancia, que es lo que le pasará a este bebé durante unos años.
Un gran blog.
 
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